martes, 28 de septiembre de 2010
martes, 31 de agosto de 2010
"La literatura es un acto de amor"
Yo empecé a escribir más bien por necesidad", le comenta a Juan Carlos Pérez Salazar, en BBC Estudio 834 la escritora mexicana Laura Esquivel, quien saltó a la fama con su novela "Como agua para chocolate".
"Todo lo que estudié fue enfocado hacia la dramaturgia. Nunca pensé que después iba a llegar al cine y más tarde a escribir una novela".
Entonces, ¿qué la interesó por la escritura?
Por un tiempo escribí para programas infantiles de televisión cuando estaba casada con Alfonso Arau y él me estimuló mucho para escribir guiones de cine.
Pero es una industria muy difícil y de pronto yo tenía muchos guiones en el cajón y me sentía muy frustrada, así que decidí escribir "Como agua para chocolate".
Esta novela era como una forma de hacer mi película ideal que nunca nadie iba a filmar y en la que tenía toda la libertad del mundo de poner los personajes y las locaciones que quisiera, sin tener que lidiar con un productor que dijera que no podía ir eso porque no había presupuesto.
Lo que usted escribe tiene una calidad muy oral, ¿de dónde cree que le viene eso?
Mi padre era una persona que jugaba mucho con nosotros cuando éramos niños.
Nos pasábamos las tardes con él grabando cuentos. Tenía una de esas grabadoras de carrete... Éramos muy felices en esa época.
A mí me gusta contar historias y lo disfrutaba mucho desde que era educadora.
Su novela más conocida es "Como agua para chocolate", ¿cómo se le ocurrió esa idea de basar la estructura en una serie de recetas?
En mi familia la tradición culinaria es muy, muy grande.
Yo siempre había deseado trasladar esta experiencia culinaria, mezclarla con mi propio pasado familiar y hacer una serie de cuentos.
Lo que pasa es que en el momento de empezarlos a desarrollar me di cuenta que iba a ser muy difícil, porque había una relación afectiva con cada uno de los personajes y con cada una de las recetas.
Entonces decidí mejor inventar una familia imaginaria, en la cual las recetas también habían sido parte fundamental de su historia.
Es decir, que para usted la cocina es un acto de creación, como la literatura.
Es igual de importante. Es una actividad sagrada.
Yo trasladé una anécdota zen que se refiere a tres albañiles que pegaban ladrillos. Al primero le preguntaban "¿usted qué está haciendo?" y él decía: "pego ladrillos".
Al segundo le preguntaban lo mismo y éste respondía que estaba levantando una barda. Mientras que el tercero decía: "yo estoy construyendo una catedral".
Ahí ves tres puntos distintos sobre una misma actividad, y yo traslado eso a la cocina.Pienso que podría haber tres tipos de posturas: la primera mujer respondería que no está haciendo nada; la segunda que está cocinando la comida para su familia y la tercera mujer diría que está celebrando una ceremonia de unión con el universo.
Creo que actualmente la cocina es el último reducto que el mundo civilizado nos ha dejado para ejercer la generosidad.
Y para usted también parece haber un vínculo entre la literatura, la cocina y el amor.
El acto de cocinar es un acto de amor. Todo aquello que hace que dos cosas se conviertan en una es un acto amoroso.
La literatura es lo mismo. Es un acto de amor.
Yo creo que es lo que verdaderamente nos hace humanos. Es todo tipo de actividad que realicemos con una intención amorosa.
¿Usted cree que se puede hacer una inferencia entre escritura femenina y escritura masculina?
Yo si encuentro que hay una diferencia en la manera de abordar los temas, cómo los desarrolla uno, de qué habla y cómo elige el material para trabajar.
Pero esto no tiene nada que ver con el sexo de la persona que está escribiendo. Hay literatura femenina escrita por hombres y hay literatura masculina escrita por mujeres.
Más bien tiene que ver con lo íntimo y lo público.
Todos los espacios íntimos son los que se relacionan con la sensualidad, con la vida, con un orden mucho más cósmico.
obras
La literatura es también concebida como un ACTO DE AMOR, marcada por un fuerte valor catártico y sanador; “un acto de entrega de la propia esencia” como dirá en palabras más o menos análogas la misma autora; un “viaje interior” que se cimenta en la exploración de los propios miedos y fantasmas donado sin tapujos a los lectores en esa comunión implícita de identidades que es el juego literario.
Algunos críticos hablan de “realismo mágico” al aludir a esa concordancia hiperbólica entre lo sobrenatural y lo mundano existente en su obra. Para otros, hay ya una superación de esa tendencia que se encamina hacia la “magia directa” o “literatura mágica”.
La autora reivindica el concepto de “literatura femenina” no vinculado al sexo sino al rescate de un mundo íntimo radicado en la vida, en la sangre, en la perspectiva introspectiva y sentimental; espacio, que considera, ha sido devaluado de forma catastrófica y relegado en este siglo por la importancia concedida a todo lo relacionado con el mundo masculino.
Distingue además dos tipos de literatura: la incluyente, cuya misión es rescatar la memoria universal a través de las palabras, con toda su carga simbólica y el peso de la tradición, y la excluyente, ejercida por un grupo elitista para una minoría sectaria y que la autora tilda de “egoísta” por considerar un mero juego experimentador a través del lenguaje, carente de auténtico valor comunicativo y acerca de la que manifiesta su más absoluta discrepancia.
En 1989 publica su “opera prima” Como agua para chocolate donde se narra la historia de un amor imposible e infinito en una atmósfera increíble llena de un realismo mágico que impregna todos los elementos conectados a través del sentido del gusto, que se convierte en medidor y catalizador de las emociones. La cocina adquiere el rango del espacio físico y simbólico más importante de la casa; laboratorio alquímico dotado de poder regenerador y vía de conexión con el universo, con el origen del ser humano y fuente de conocimiento por excelencia.
La historia de "como agua para chocolate" se inserta en el marco de la Revolución Mexicana, que aunque se aborda tangencialmente tiene sin embargo un poder amplificador e ilustrativo en la percepción del cambio individual de la protagonista como elemento dinámico dentro del proceso de transformación social.
En 1995 llegaría su segunda novela La ley del amor, obra que la propia autora define como un “thriller metafísico” y que va acompañada de un disco con arias de Puccini y danzones varios, para escucharlo mientras se lee siguiendo unas precisas instrucciones. Aboga en este caso la escritora, por esta fusión de códigos: la palabra y la música que potencia el poder evocador de las imágenes sugeridas y la identificación entre lector y protagonista. La finalidad explícita que se pretende no es sólo la comprensión intelectual del texto sino la comunión emotiva con la historia y una relación diferente con la literatura.
De nuevo, el tema de la pasión amorosa concebida como una fuerza arrasadora que aniquila todos los obstáculos y que se impondrá siempre que estemos dispuestos a aceptar su ley. Es la historia de un amor cuyo origen se remonta a la caída del Imperio de Moctezuma y sobrevive hasta el siglo 23 en la ciudad de México. Azucena y Rodrigo se encuentran un instante en una noche plena de idilio pasional para después ver separados sus destinos. Ésta tendrá que emprender la búsqueda de su amante a través de la galaxia y de 14.000 vidas.
Azucena, la protagonista, con quien la autora se siente especialmente identificada, cumple además una doble función en la obra: una concreta; la de ejercer como astroanalista en el futuro del 2.200 mitigando la ansiedad de los sufrimientos provocados por las acciones de las personas llevadas a cabo en sus vidas pasadas. Otra, simbólica; la de restituir la armonía cósmica quebrada cuando los conquistadores destruyeron Tenochtitlán y la Pirámide del Amor.
Con Íntimas suculencias (1998), conjunto de relatos aderezados con recetas de cocina, y subtitulado además Tratado filosófico de Cocina, Laura Esquivel vuelve a adentrarse en el mundo mágico de la cocina que ya abordara en Como agua para chocolate para afirmar el poder transformador que emana de esta actividad y de los alimentos.
El hilo conductor es por tanto la pasión por la cocina, que viene planteada desde ópticas muy distintas aglutinando el punto de vista social, psicológico, emocional, filosófico y literario. “Cocinar es una ceremonia de unión con el universo”; un acto de amor en suma, como nos dirá la escritora hasta la saciedad en diferentes entrevistas. Y así, rescatando antiguas creencias mayas, analiza el proceso de la comunicación y la importancia del silencio en la comprensión e interconexión de todos los elementos cósmicos y naturales.
“Uno es lo que come, con quien lo come y cómo lo come”, frase emblemática y definitoria extraída precisamente de esta obra. A través de la ingesta de alimentos, estaríamos integrando ya los elementos constitutivos de una cultura. Cada ser humano tiene su propia relación particular con los alimentos. Nociones como las de “patria” o “pertenencia” por ejemplo, estarían ligadas a los productos de la tierra cuyos olores y sabores se han experimentado desde la infancia y configurarían el propio perfil espiritual y corporal individual.
La autora hace una crítica deliberada a nuestro estilo de vida moderno y propone la creación de un hombre nuevo en el que lo emotivo adquiera un rol fundamental que se sustentaría en la recuperación de las tradiciones y una nueva filosofía de vida.
Estrellita marinera de 1999, que recrea el vistoso y plástico mundo del circo, cuenta la historia de dos niños: María y Facundo, cuyas vidas se ven vinculadas en el momento de recibir de sus respectivos abuelos una inesperada herencia que cambiará su destino.
Una obra entrañable para todas las edades, repleta de aventuras y de personajes exóticos. Tejida sobre un cañamazo que recuerda a los cuentos de antaño por el despliegue de grandes valores universales como la bondad, el amor, la sabiduría y la compasión, es al mismo tiempo una fábula de nuestro tiempo. Y es una obra con la que la escritora parece rendir tributo a su formación como educadora.
Con El libro de las emociones (2000) Laura Esquivel hará su primera incursión en el género del ensayo. Se sumerge aquí en el mundo de las emociones y la influencia que tienen éstas sobre el cuerpo y la mente. Define claramente el concepto de “memoria” y su función en nuestras vidas como receptáculo y depósito de dichas emociones y la pertinencia de rediseñar una nueva percepción de la realidad que nos hará más vitalistas siendo también más sabios.
Tan veloz como el deseo (2001) se inspira en la vida de su padre y es un homenaje tanto a él como a los telegrafistas en general. Cuenta la historia de Júbilo, un ser que amalgama en sus raíces cultura maya y española, dotado de un don excepcional: la capacidad de descifrar los sentimientos y deseos no verbalizados de los demás. Ello le lleva a convertirse en telegrafista y querer ayudar altruistamente a resolver los problemas de la gente en la consciencia de la coherencia entre el sentir del deseo y la expresión a través de la palabra.
La historia está esbozada a través de las vivencias de su hija Lluvia al punto de la muerte de éste y su marco de ambientación es el México de principios del siglo XX. La narración sufre un punto de inflexión cuando el destino le depara al protagonista el conocer y enamorarse de la aristócrata Luz María o Lucha. En ese momento su don se tornará en castigo tras tener que afrontar múltiples obstáculos y sobre todo la distancia. Entonces la incursión de los celos, la mentira y el mismo deseo, serán más veloces que el propio amor.
Malinche de 2006, es una novela que nos acerca a una especie de “biografía no autorizada” sobre una de las mujeres más controvertidas de la historia mexicana. El tejido narrativo que extrae de las crónicas, funciona como estructura dramática e incluye no sólo la descripción de las vive.
resumen
Pedro y Rasaura tienen un hijo y Tita lo cría como si fuera suyo. Sin embargo a los meses Mamá Elena decide que Pedro, Rosaura y el bebé se vayan a vivir a Texas donde tendrán acceso a medicina y doctores. Lo hace para separarlos porque Mamá Elena sospecha que ellos tienen una relación amorosa. La separación de Tita le causa la muerte al bebé porque ya no tiene quien le dé leche materna. La muerte del niño le causa un desequilibrio mental a Tita. Cuando Tita se va se lleva su enorme cobija que ella ha tejido y representa sus noches de vela por Pedro. Durante muchos meces Tita no habla y está en su propio mundo. Cuando su criada y amiga de infancia Chencha le lleva un caldito de cola de res Tita sorprendentemente empieza a hablar. Regresa al rancho para el entierro de su madre y una vez más se reune con Pedro. Luego Rosaura y Pedro tienen una hija que se llama Esperanza quien como Tita también le gusta la cocina. Rosaura quiere seguir la misma tradición con su hija pero Tita ha decidido romper esa tradición.
Finalmente Tita y Pedro pueden estar juntos pero su felicidad no les dura mucho ya que encendieron muy rápido el fuego de su amor y mueren. Pedro muere de la emoción de poder estar a solas con Tita y así poder gritarle que la ama. Al ver que Pedro está muerto Tita decide darse fuego, enciende unos fósforos y los come y así termina su amor.